El tríptico enmarca la entrada oriental de la ciudad de Caguas y se titula Ritmo, pieza que rinde homenaje a la etnia africana. Según el artista, David Aponte Resto, el negro toca tambor, “entregao” en lo suyo. Sentado sobre una caja vacía de bacalao, frente al río – que lo simboliza una fuente a sus espaldas – de inmensos pies descalzos, conectados con la Madre Tierra y la mirada clavada en el infinito, en comunicación con las fuerzas superiores, mientras sus inmensas manos descargan contra el cuero de su tambor. A cierta distancia, la negra baila y se contonea ante el negro bailador.
A la obra le puse Ritmo, porque yo creo que fue lo que el afro caribeño introdujo a este hemisferio. Después de la revolución de Haití, les quitaron todos los instrumentos a los negros y no les quedo otro recurso que integrarse a través de la religión. De ahí nace la música religiosa o el “góspel”, y de ahí nace el “blues”, luego el “jazz”.
La contribución del negro es el ritmo nuestro de cada día. Es el ritmo sensual de la poesía de Julia; el ritmo del “Cumbanchero” de nuestro jibarito Rafael Hernández; el ritmo del bateador número 21 Roberto Clemente; el ritmo firme de la lucha de Betances, el de los “Rafaeles” de la bomba y de la plena, Cortijo y Cepeda; es el ritmo que nació esclavo, se liberó y se adueñó del solar.
“Gracias a la esclavitud los boricuas hemos hecho un arte de la improvisación. Si ves la escultura principal, el negro está sentado sobre una caja de bacalao, retazos de madera, para esa gran fiesta que se celebrada a la vera del río, cuando el amo nos daba el día libre” explica. La principal escultura del tríptico, el negro tocador, está en la fuente que evoca el río.
Está tocando un buleador, autóctono de Puerto Rico; es un barril de melaza, cuero de chivo, soga y tocones, porque para ese entonces no se conocía el metal, para afinar. La conga viene de Cuba, cuyos negros tenían el conocimiento de fundir, pero el melao melao es de aquí”, dice el artista.
En el otro extremo de la avenida, dos inmensas columnas sirven de base para el bailador, que lleva un sombrero, pantalón con cinto rojo y el pecho desnudo. La negra lleva turbante y aretes, se contonea, y lo único que enseña es el cuello, las manos y los pies, todo lo otro cubierto por la falda que solo devela lazos rojos de una coqueta enagua. Todos descalzos, todos conectados a la Madre Tierra.